martes, agosto 01, 2006

Europa y la nueva división del trabajo

Bundesminister Michael Glos,Lieber Jürgen Chrobog,Herr Professor Hans-Werner Sinn,Meine Damen und Herren,Los economistas cuentan que cuando un crítico le pidió al premio Nobel Paul Samuelson que indicase una contribución importante y no trivial de su disciplina, Samuelson respondió: “la ventaja comparativa”. La base de la idea de las ventajas de la apertura del comercio es la teoría de David Ricardo, que da como ejemplo el caso de Inglaterra, que produce tejidos, y el de Portugal, que produce vino, y que consiguen aumentar su producción de esas mercancías mediante la especialización.

Al producir bienes y servicios respecto de los que tiene una ventaja comparativa -y al importar otros-, un país crea más valor del que conseguiría de otra manera. En condiciones ideales, gracias al comercio, los países pueden especializarse en los productos que producen mejor e importar otros, con lo cual todo el mundo sale ganando. Como consecuencia de ello, crece la economía de todos los países.
Con frecuencia, el hombre de la calle asocia el comercio con las exportaciones e importaciones de bienes de consumo. Según esa idea común, un país como Alemania, por ejemplo, exportaría automóviles e importaría frutas tropicales. Es evidente que así era antes, pero aparecieron nuevas formas de división internacional del trabajo, como la deslocalización o la subcontratación, con lo que algunas fases de la producción se efectúan en el extranjero, propiciando así un aumento del comercio de insumos, y no sólo de bienes de consumo acabados.

La deslocalización y la subcontratación contribuyeron a la aparición de un complejo sistema de interconexiones entre los países, que producen y exportan diferentes productos finales e intermedios. Así es como al final, un país como Alemania no sólo importa plátanos (una de mis frutas preferidas), sino también piezas de automóviles, aunque sigue exportando automóviles. Esa división creciente de las fases de producción — y la consiguiente división del trabajo — responde al deseo de las empresas de aumentar la productividad y crear más valor de lo que harían en otro caso.

Las cifras no dejan dudas sobre esa creciente especialización: en el decenio de 1950, el PIB mundial creció un 5 por ciento, y las exportaciones mundiales de mercancías aumentaron un 7 por ciento. En 2004, la proporción fue mucho más elevada: el PIB mundial aumentó un 4 por ciento, y el comercio mundial de mercancías casi un 10 por ciento. Actualmente, el comercio internacional crece a un ritmo varias veces superior al de nuestras economías, y ese múltiplo, que va en aumento, es el mejor medio de medir esta tendencia.

La dificultad para los países —grandes o pequeños, ricos o pobres — consiste en aprovechar en beneficio propio los efectos positivos del comercio sobre el crecimiento. Para lograrlo, las economías tienen que cambiar. ¿Qué significa esto? Significa que los factores de producción han de reasignarse a actividades distintas. El cambio puede ser doloroso y, a menudo requiere inversiones en una amplia diversidad de factores, tanto sociales como económicos. Aunque puede que la apertura del comercio beneficie a toda la economía, puede tener consecuencias negativas para algunos. Por ello, la apertura del comercio representa un desafío para los países, ya que obliga a los gobiernos a encontrar la manera de hacer frente a los sufrimientos y las dificultades resultantes del cambio, así como a sus consecuencias distributivas.

A este respecto, el comercio internacional funciona como el progreso tecnológico: crea mejores niveles de eficacia, para satisfacción de los economistas y transforma la trama económica y social, a lo que los políticos tienden a resistirse. Entre los unos y los otros, están los empresarios, que saben que el espíritu de iniciativa, el valor de introducir cambios y la capacidad de asumir los costos de transición son condiciones previas para cosechar los frutos del cambio.

El comercio y el progreso tecnológico no sólo plantean problemas similares a las economías, sino que son dos fenómenos interdependientes. El comercio fomenta el cambio tecnológico, a medida que las nuevas tecnologías incorporadas en los productos importados pasan a ser accesibles. A su vez, el cambio tecnológico favorece el comercio, por ejemplo gracias a los modernos medios de comunicación y a las nuevas tecnologías de transporte. Todo esto explica que a veces sea difícil saber cuál de los dos elementos impulsa el otro.

Lo cierto es que los cambios — y los sufrimientos — causados por esa combinación de apertura del comercio y progreso tecnológico suelen atribuirse exclusivamente a la apertura del comercio. Consciente o inconscientemente, las sociedades y los gobiernos saben que no pueden dar marcha atrás en materia de nuevas tecnologías. Pero la historia demuestra que sí pueden retroceder en lo que respecta a la apertura del comercio.

De ahí la importancia de la OMC, cuyos Acuerdos contienen un conjunto de normas y procedimientos para consolidar la apertura del comercio. Lo mismo ocurría con el GATT, que aplicaba tres normas básicas: 1) la no discriminación entre interlocutores comerciales (norma de la nación más favorecida); 2) la no discriminación entre productos nacionales e importados una vez que las mercancías pasan la aduana; y 3) la consolidación de los aranceles o la “seguridad de las concesiones”, es decir, la obligación de respetar los aranceles máximos aplicables a las mercancías, que se suele acordar con otros países durante una ronda multilateral de negociaciones comerciales.

Estos tres principios fundamentales se desarrollaron en los Acuerdos de la OMC en un conjunto de normas, de 500 páginas, que ha pasado a ser la piedra angular en que reposan el comercio mundial de mercancías y servicios y los derechos de propiedad intelectual. La OMC también ha desarrollado un sólido mecanismo de solución de diferencias comerciales, lo que constituye un logro notable en derecho internacional por su capacidad para resolver las diferencias de forma pacífica. El mecanismo de solución de diferencias de la OMC sirve de árbitro para la aplicación de esas normas, y es un árbitro digno de crédito, ya que está facultado para autorizar la imposición de sanciones en caso de incumplimiento de las normas. Se han sometido a la OMC más de 300 diferencias comerciales en sus 10 años de existencia, y el sistema ha asegurado que se aplique el imperio de la ley y que sea respetado por todos los Miembros, independientemente de su tamaño o su poderío económico. Desde 1995, gracias al mecanismo de solución de diferencias, se ha desarrollado un conjunto coherente de decisiones, que interpretan y aclaran muchas de esas normas.

Como todos sabemos -y basta con leer la prensa económica para comprobar algunas tendencias inquietantes-, siempre se ejercerán presiones sobre los gobiernos para que tomen rápidamente medidas proteccionistas a fin de resolver algunos problemas comerciales, en particular los que reciben (o a los que se presta) mucha atención. Las normas de la OMC ayudan a los gobiernos a aplacar esas presiones, porque constituyen un punto de referencia externo en que se apoya el proceso político interno para defender una respuesta más comedida.

A este respecto, la OMC funciona como un ancla que ayuda a los gobiernos a resistir las olas del proteccionismo. Ni que decir tiene que eso no contribuye a la popularidad de la OMC entre el público o los políticos. Yo mismo he sido testigo (y objeto) de ocasionales, pero enérgicas, expresiones de rechazo de la OMC por parte de organizaciones no gubernamentales o de estudiantes. Pero la OMC contribuye a disipar la ilusión de que el proteccionismo es una forma relativamente poco costosa de hacer frente a los problemas comerciales. Imponer restricciones al comercio lleva poco tiempo, pero suprimirlas puede llevar decenios.

¿Son perfectas las normas de la OMC? ¿están sus críticos totalmente equivocados? Es evidente que las normas no son perfectas, y que algunas críticas están más que justificadas. Hay que mejorar el sistema multilateral de comercio, y eso se logra principalmente con negociaciones.

Las negociaciones en curso — el Programa de Doha para el Desarrollo — abarcan más de 25 materias diferentes, que negocian 150 Miembros y se deciden por consenso. Cualquier observador objetivo diría que se trata de una tarea imposible, se referiría a una serie de plazos de las negociaciones que no se han cumplido y diría que esta Ronda está condenada al fracaso. Por mi parte, estoy convencido de que con la buena voluntad de todos los Miembros puede lograrse. Es muy difícil, pero es posible.

En este momento, la clave de este último tramo de las negociaciones en curso está, en buena parte, en manos de la UE, los Estados Unidos y el grupo de países en desarrollo emergentes, que denominamos G-20. Los principales problemas son los aranceles aplicables a los productos agropecuarios e industriales y las subvenciones a la agricultura.

Esto no significa, claro está, que otros Miembros o grupos, como los integrados por la mayoría de los países en desarrollo más pobres, no cumplan una importante función en las negociaciones, pero, de algún modo, en lo que respecta a esos problemas sus principales intereses se han tenido en cuenta. Tampoco significa que cuestiones como la apertura del comercio de servicios o la modernización de los procedimientos antidumping no sean importantes para el sistema.

Pero la realidad es que ahora los avances deben venir de ese triángulo de partes y cuestiones: el G-20 y los Estados Unidos desean que la UE recorte drásticamente los aranceles a la importación de productos agropecuarios; la UE y el G-20 quieren que los Estados Unidos reduzcan sus subvenciones a la agricultura; y, por último, la UE y los Estados Unidos quieren que las economías emergentes como el Brasil, la India y Sudáfrica (que forman parte del G-20) reduzcan los aranceles que se aplican a los productos industriales.

Como todos ustedes saben, esta Ronda no empezó ayer. Desde 2001 se ha hecho mucho, en particular durante la Conferencia Ministerial de Hong Kong de diciembre de 2005, y ya se han realizado avances significativos. Las propuestas presentadas garantizan que esta Ronda no será una ronda de negociaciones trivial, una “ronda barata”, como dicen algunos especialistas.

Permítanme resumir rápidamente lo que ya se ha propuesto. En lo que respecta a la agricultura, se ha decidido que 2013 será la fecha límite para la eliminación de las subvenciones a la exportación. Se ha acordado que la UE, los Estados Unidos y el Japón efectuarán las mayores reducciones de las subvenciones a la agricultura que causan distorsión del comercio, y que esas reducciones serán recortes efectivos, lo que constituye una gran mejora en comparación con la ronda anterior. En cuanto a los productos industriales, existe amplio acuerdo respecto de una fórmula de reducción de los aranceles a la importación, la llamada “fórmula suiza”, en la que los aranceles elevados son objeto de recortes mayores. Se ha dado un paso hacia el acceso totalmente libre de derechos y de contingentes para los países más pobres del mundo que sean Miembros de la OMC. En lo que respecta a los servicios, las negociaciones se centran en algunos sectores, como los de servicios informáticos, de ingeniería y logística y servicios financieros, entre otros. Por último, se está preparando un paquete de medidas de ayuda para el comercio con objeto de ayudar a los países en desarrollo a hacer frente a las limitaciones relacionadas con la oferta. Se espera que esto ayude a los países que actualmente representan unas dos terceras partes de los Miembros de la OMC a lograr que las ventajas en materia de acceso a los mercados que obtendrán de la Ronda de Doha dejen de ser teóricas para convertirse en posibilidades comerciales reales. En conjunto, la Ronda ofrecerá una mayor igualdad de oportunidades en el comercio internacional, lo que, sin duda, encaja con la teoría de la ventaja comparativa.

¿Y qué lugar ocupa Alemania en este cuadro?

En primer lugar, durante los últimos años, Alemania ha sido el principal exportador mundial de mercancías, un verdadero “Exportweltmeister”. Si también se tienen en cuenta los servicios, las exportaciones de Alemania ocupan el segundo lugar, sólo precedidas por las de los Estados Unidos. Por consiguiente, las exportaciones representan una contribución significativa a la economía alemana. Durante los dos últimos decenios, la razón entre exportaciones y PIB ha aumentado del 30 por ciento a casi el 40 por ciento.

Es difícil cuantificar con exactitud los beneficios que ha obtenido Alemania de una mayor integración en los mercados europeo y mundial, como han destacado algunos observadores, entre ellos el Profesor Sinn. Lo que sabemos es que Alemania, con sus impresionantes resultados de exportación, se ha beneficiado de esa mayor integración. Insisto en que puede haber un debate sobre “cuánto” se ha beneficiado Alemania de un sistema de comercio internacional más abierto, pero no cabe preguntar “si” se ha beneficiado.

Asimismo, tenemos una idea bastante buena de la forma en que los países pueden aprovechar al máximo los beneficios que les reporta la integración en la economía mundial. Por ejemplo, sabemos que la educación y las actividades de investigación y desarrollo desempeñan una función cada vez más importante en la relación entre el comercio y los beneficios que un país obtiene de las exportaciones y las importaciones. Las normas que rigen el mercado del trabajo también influyen en la medida en que un país puede aprovechar las oportunidades que ofrecen los mercados mundiales y en la forma en que se distribuyen los beneficios del comercio.

Es cierto que el principal interlocutor comercial de Alemania es la Unión Europea. En 2005, el 63 por ciento de las exportaciones de Alemania se destinaron a los otros 24 países miembros de la UE, y el 64 por ciento de las importaciones alemanas procedieron de esos países. Pero la industria alemana, según sus propias declaraciones, considera que el comercio con terceros países es el que tiene mejores perspectivas de crecimiento. Según un reciente documento de la Federación Alemana de Industrias (BDI), China, el Brasil y la India son mercados de exportación esenciales para Alemania, con un gran potencial de crecimiento.

La industria automotriz sigue siendo de importancia primordial para Alemania y proporciona directa o indirectamente uno de cada siete puestos de trabajo en este país. En la actualidad, más de la cuarta parte de las ventas de ese sector ya van a países que no pertenecen a la UE. Se prevé que durante los próximos años la demanda de automóviles alemanes aumente significativamente en los países de reciente industrialización de Asia. La industria electromecánica también es uno de los sectores de exportación más importantes de Alemania y genera el 50 por ciento de sus ingresos globales por ventas fuera de la UE. Asimismo, son importantes la industria química y la industria electrónica. Alemania también es un importante exportador de algunos servicios, en particular de seguros y reaseguros.

No cabe duda de que Alemania tiene mucho que ganar con un resultado satisfactorio de la Ronda de Doha. Se trata de un país sumamente competitivo, con ventajas comparativas en el sector manufacturero y en el de los servicios. Para Alemania, al igual que para todos los demás países, lo importante es seguir trabajando con tesón, tener el valor de adaptarse a una situación en constante evolución y no desanimarse. Como ven, estos problemas no son muy diferentes de los que tiene cualquier equipo nacional de fútbol que acuda a Alemania el mes que viene para disputar la Copa del Mundo: seguir trabajando con tesón, adaptarse a la evolución de la situación y no desanimarse. Estoy seguro de que, si sigue estas pautas, la “Mannschaft” tendrá grandes posibilidades de triunfar en la Copa del Mundo, al igual que Alemania en el comercio internacional. Como todos los buenos equipos, Alemania y Europa saben que necesitan normas claras y transparentes, igualdad de oportunidades y un árbitro de confianza. Por eso las negociaciones de la OMC son tan importantes para todos ustedes.Gracias.